May 22, 2006

A story I wrote time ago

Juan

Un ruido sobresalta a Juan. ¿Ya son las 5? No, falsa alarma, puedes volver a dormir. Tarea imposible. Una vez que se despierta no hay nada que hacer, sólo permanecer en la cama, con los ojos bien abiertos para tratar de adivinar las formas de las sombras en la oscuridad. Juega a adivinar qué es cada cosa. Igual que en el río, en verano, cuando se echa en la hierba, solo, mirando al cielo lleno de algodones, tratando de descubrir barcos, coches, piratas y tesoros en las formas caprichosas de las nubes. Aunque a veces lo único que consigue ver son conejos y a su madre llamándole para que vuelva a casa. Dichosas nubes ¿tendrán algún acuerdo con su madre? Ella lo puede todo, seguramente también tiene el conocimiento para mover y transformar las nubes a su antojo, para llamarle de vuelta cuando se hace tarde. Mamá lo sabe todo, y hace los mejores bocadillos de chorizo del mundo.

Con tanto pensar, los ojos de Juan empiezan a cerrarse de nuevo. Va a dormirse, pero no quiere. Busca cualquier truco para no dormirse. No quiere perderse el momento. No.

Un ruido ¿Qué ha sido? Una puerta, pero ¿Cuál? ¿La de la calle? No, no es demasiado tarde. Es la de la habitación del fondo. Por fin su padre se ha levantado. Aunque trata de no hacer ruido, Juan casi siempre le pilla. El ritual ha comenzado, hay que adivinar paso a paso todo lo que hace Papá.

Sí, ahora está en la cocina, ha sacado su taza del armario y seguro que está comprobando si queda algo de lumbre en el fogón, para no tener que encenderlo. A veces, por no hacerlo, no toma su café por la mañana.

No entiendo a los mayores. El café huele muy bien. Le gusta como impregna el olor de la casa, colándose hasta el último rincón. Pero su sabor. Eso es otra cosa.

Una vez, su tío Martín le dejó dar un sorbo a su taza mientras Mamá estaba ocupada fregando los platos. Al principio no sabía a nada, solamente abrasaba. Su lengua daba saltos en la boca, como si quisiera salir de ella. Juan se comportó como un hombre, casi, y se tragó ese líquido negro. Pero lo que vino después no fue mejor. Ese sabor no se apartó de él en toda la mañana, ni siquiera masticando el regaliz de palo recién cosechado en el bosque pudo evitarlo.

Otra vez te estás distrayendo ¿Ahora qué? El abrigo. Hace frío en casa por la mañana. Papá se lo pone incluso antes de partir y luego aprovecha para sacar su tabaco y liarse un cigarro. Eso sí que no varía. Nunca deja de hacerlo. Lo sabe muy bien porque al final siempre oye el sonido de la puerta que hace su papá al marcharse. Es el despertador que, a falta de un buen gallo, utiliza Juan para iniciar su jornada de aventuras. Un montón de horas a las que enfrentarse y que debe administrar bien si quiere acabar todas sus tareas. Buena idea. Antes de sacar un pie de la cama debemos recopilar el plan de trabajo. Comprobar la logística. ¿Regaliz de palo? Bien ¿Piedras para el tirachinas? Regular, habrá que bajar al río, que es donde están las mejores y más redondas ¿Lechugas para los gusanos de seda y migas de pan para Martín, el gorrioncito que recogió al pie de un árbol el sábado? Habrá que encargarse de eso.

Bueno, ya va siendo hora. Mejor desperezarse y empezar. Para ello nada como poner los pies en el suelo. El frío lo puede Juan sentir en su recorrido por todo el cuerpo: rodillas, cintura, brazos y nuca. Siempre se para ahí, produciendo un escalofrío que le eriza los pelitos de los brazos y es casi hasta divertido.

La casa está en silencio. Aún en pijama, pero con los zapatos puestos, la diversión está ahora en ver cómo se van levantando los demás, sin que le vean. Es gracioso observarles, son como zombis. Lo justo para no chocarse con las puertas. Hasta que no pasa un buen rato, los miembros de la familia no se hablan, sólo se miran y mueven la cabeza a la vez que suben las cejas en un movimiento rápido de mutuo reconocimiento. Es el saludo de la mañana. Probablemente cosas de mayores, pero Juan se monda de risa cuando ve a su hermana mojar el pan en el aire hasta 3 veces, antes de acertar con el tazón de leche, mientras mira por la ventana de la cocina y suspira. Qué cosa más rara es el mundo de los mayores. Aunque es divertido estar en él. A Juan le dejan vagar por el mundo de los mayores, sin apenas prestarle atención. Se mete entre ellos, se cuela por debajo de la mesa. Las piernas de los mayores son los árboles del bosque que hay en casa cuando la lluvia o la nieve no permiten ir a jugar a uno de verdad.

Entre juego y juego, oye cosas, pero casi nunca las entiende. Si acaso frases sueltas. Son una especie de lenguaje cifrado que los niños desconocen. Lo que de verdad es hilarante es ver cómo gesticulan, su acaloramiento, incluso en invierno. Su tío Martín se pone muy rojo, como si estuviera chupando un caramelo hecho con carbón y sacado directamente de la lumbre que su madre mantiene siempre viva en la cocina. El lugar del mundo que más le gusta.

En la casa sólo quedan Mamá y Marta. El tío Martín y su hermano Antonio ya no están. A lo mejor están durmiendo, con el abuelo, que el invierno pasado se quedó dormido y aún no ha despertado. Dice Mamá que se lo han llevado a un sitio con menos ruido. Y allí sigue durmiendo. Pero Juan sospecha, porque a él nunca le dejan dormir vestido, aunque el abuelo no era un niño. Cosas de mayores otra vez. ¡Vaya lata!

Lo importante es que ya se han levantado todos. Eso significa que ya le está permitido atravesar las puertas del castillo. Dejar la casa en busca de sus mil y una aventuras. Queda el trámite del vaso de leche y…¡ya está!

Con ella aún en la garganta abandona la mesa, la cocina y, por fin, la casa. Destino de partida, el granero, el segundo lugar del mundo que más le gusta. Su feudo cuando no hay nadie trabajando en él. Allí están sus armas de caballero, tirachinas y cantos rodados del río, como manda la tradición familiar. Y allí, en un rinconcito está Martín, el gorrioncito, no su tío, que enseguida comienza a piar demandando comida, casi exigiéndola. Sin mucho interés esta mañana, Juan saca unas migas de pan de su bolsillo y se las va dando una a una a Martín, que las devora como si le fuera la vida en ello. Algo que en realidad es cierto.

Tarea concluida. Veamos ¿Ahora qué tocaba? ¡Ah, sí! Regaliz de Palo. Habrá que ir al bosque, pero sin que nos vean, porque Mamá se pondría hecha un obelisco (¿o era un basilisco?), si se entera.

No lo entiende. Que fuera al bosque nunca pareció importarle a nadie, pero desde hace tiempo está prohibido. No para todos, por lo que él ha podido comprobar. Hay alguien que se entretiene en cavar grandes hoyos allí, lo cual es fabuloso, porque facilitan el trabajo de recolección del vital elemento: el regaliz de palo, que calma el hambre perenne que últimamente habita en la barriga de Juan.

En el camino al bosque hay que atravesar varias calles del pueblo. En algunas han pintado cosas. Incomprensibles para quien aún no sabe leer, pero curiosas. Sobretodo en la pared que hay junto a la escuela. Allí una mujer, con el pelo recogido y que es clavadita a Matilde, la panadera, grita a unos hombres, mientras sostiene con el brazo en alto una horca.

Seguramente les está animando para la cosecha o algo así porque los demás también llevan todo tipo de herramientas en sus manos.

Hace ya horas que el sol ha salido y luce desafiante en el cielo, pero para Juan el tiempo transcurre de forma distinta. En su cabeza apenas hace un rato que salió de casa.

¡Un momento! Se oye un zumbido. ¿Abejas? ¿Avispas? Le aterrorizan. Desde que una le clavo un aguijón en la rodilla. Él no sabía entonces que esos insectos fueran en realidad el enemigo más feroz de un niño (junto a Don Paco, el profesor de la escuela) y como tal, desde entonces había emprendido una especie de cruzada para cazar a cualquiera que estuviera a su alcance.

Pero no parecen abejas. El zumbido aumenta y además es distinto. Ni siquiera un enjambre hace tanto ruido. Además viene de más arriba. Juan mira al cielo, pero el sol se interpone entre él y ese sonido de abeja gigante. Mira y lo único que consigue es deslumbrarse, incluso con la mano a modo de visera es imposible adivinar qué hay allí arriba.

Un nuevo zumbido, más bien un silbido. Se puede percibir, aunque más suave, se acerca inexorablemente, cada vez más…

Guernica, 26 de Abril de 1937

Dresde, 13 de Febrero de 1945

Hiroshima, 6 de Agosto de 1945

Sarajevo, 28 de Agosto de 1995

Dos bandos que se creen en posesión de la razón y con el derecho a reclamarla, interrumpen los juegos de Juan. No importa quién, lo que importa es que Juan ya no juega allí. Y se le olvidó decirle a nadie que un gorrión llamado Martín le está esperando.

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